Un mercado lleno de historias: mi experiencia en el mercado campesino del ICBF
Por Alejandro Verjan
alejandro.verjan@fucaicolombia.org
Por: Luis Alejandro Verjan
“[...] Prueba un poco de nuestra cultura” fue lo primero que escuché cuando asistí al primer mercado campesino del ICBF. Desde el momento en el que pones un pie dentro de las instalaciones, puedes sentir la cordialidad y amabilidad de cada persona que pasa en frente tuyo. Es un ambiente lleno de cultura, sabor, y apreciación, en donde se nota el compromiso de las organizadoras del mercado y de cada artesano/campesino. Eso es lo más especial de ése lugar, todos aportan un granito de amor. Al atravesar el pasillo, puedes notar cómo cada persona actúa desde la honestidad y la cordialidad.
Pero lo que más me sorprendió no fue solo la calidez de la gente, sino la fuerza con la que este mercado se convierte en una plataforma de comercialización responsable. Cada tejido, cada frasco de miel, cada especia o semilla que se ofrece no es únicamente un producto: es la historia de una familia que cultiva, preserva y transmite saberes culturales.
Detrás de las sonrisas y las invitaciones a probar, hay mujeres y hombres que encuentran en este espacio la posibilidad de llevar sus productos a la ciudad y, con ello, asegurar ingresos que muchas veces representan la educación de sus hijos, la sostenibilidad de sus hogares o la continuidad de una tradición que podría perderse sin apoyo. El mercado se vuelve entonces un puente: conecta al campesino o al artesano con el consumidor urbano, y transforma la compra en un acto de apoyo.
En el último mercado tuve la oportunidad de hablar con una compañera artesana de Quibdó, Chocó. Su manera de vender era impresionante, con carisma, risas y mucho movimiento, claramente no fui el único que se cautivó por su entretenida manera de relacionar su herencia con la parte comercial. Su historia daba sentido a su actitud, pues cada producto y cada palabra hacían sentir el sabor y los recuerdos de su tierra. En medio de su explicación me preguntó “[...]¿Nunca has visto a la gente gastar dinero por productos extranjeros solo por ser novedadosos? ¿Por qué ya no son novedosos los productos que produce nuestra propia tierra?[...]”. En efecto, tenía toda la razón, y no habría llegado a esa pregunta de no ser por su estremecedora manera de expresarlo, ¿Desde cuando empecé a comprar cremas importadas y dejé de pensar en lo que puedo obtener de nuestra propia tierra y de productores locales?, ¿Ya era consciente de esto o era la primera vez que en verdad lo reflexionaba? Estas eran las preguntas que daban vueltas por mi mente mientras la veía explicando con amor y orgullo sobre el lugar de origen de cada producto. Su mano se dirigía lentamente hacia distintos lugares del mapa de nuestro país, maniobrando desde la costa pacífica hasta la cordillera central, manifestando cariño por cada punto en el mapa.
Ya en otro momento del día, un apicultor proveniente de las afueras de la capital se me acercó. Me explicó la importancia del mercado para su negocio, la amabilidad con la que lo han tratado desde que empezó a venir, y los ingresos que ha logrado obtener por el mercado. Fue sumamente especial ver la admiración que provenía de sus ojos al explicarme el impacto positivo de este espacio en su vida. Aquí entendí la otra cara de la moneda: los campesinos. Su trabajo y compromiso son de vital importancia para todo proceso productivo en esta ciudad. A veces olvidamos de dónde provienen los alimentos y su tradición. Por eso el mercado campesino del ICBF, al igual que otros mercados, nos recuerdan que la riqueza del país no debe medirse en índices de exportación, sino en el encuentro entre las culturas que componen nuestro país.
Al salir del mercado, me llevé más que una bolsa con productos: me llevé historias, rostros y sabores que difícilmente pasarán desapercibidos en mi mente. Estos espacios son una invitación a detenernos un momento en medio del ruido de la ciudad y reconocer lo valioso de lo propio. Quizás la próxima vez que probemos una miel, un café o admiremos un tejido, recordemos que detrás hay manos que trabajan con amor y un país que reconoce su esencia.
Y allí estaba yo, bajo la sombrilla de la Fundación Caminos de Identidad, abriéndole paso a los tejidos de las mujeres Wayuu de Manaure y a los frutos de la chagra que alimentan y sanan. En medio de este mercado, que el ICBF abre el tercer jueves de cada mes en su sede principal, se entrelazan los colores, aromas y sabores de la diversidad colombiana, invitando a empleados y transeúntes a descubrir el arte, la tradición y la riqueza cultural de un país tan bello como es Colombia. Es la grandeza de lo pequeño y la inclusión de la diversidad necesaria en todas las entidades públicas más allá de las fotos pegadas en las paredes.
Los mercados campesinos abren oportunidades únicas para que artesanos y agricultores fortalezcan su economía, amplíen su red de clientes y obtengan un pago justo sin intermediarios. En estos espacios, el productor no solo vende un bien: comparte su historia, su identidad y la riqueza de su territorio, recibiendo a cambio ingresos que apoyan la educación, la salud y la continuidad de sus saberes ancestrales. Cada compra es un reconocimiento al trabajo manual, a la diversidad cultural y a la producción responsable que protege la biodiversidad y la soberanía alimentaria del país. En este contexto, el stand de la Fundación Caminos de Identidad (FUCAI) multiplica esos beneficios: al adquirir tejidos Wayuu, frutos de chagra o productos amazónicos en FUCAI, el consumidor respalda proyectos que preservan culturas indígenas, promueven economías propias y garantizan que las comunidades sigan siendo protagonistas de su desarrollo y guardianas de sus territorios.
Nuestro Stand del Mercado Campesino del ICBF. Archivo personal.
