El cuerpo de la resistencia
Por: María Alejandra Cortés
maria.cortes@fucaicolombia.org
Donde nace el cuerpo-territorio
En el corazón de la Amazonía colombiana, el cuerpo no es solo una forma biológica. Es territorio vivo. Es memoria que camina, que siembra, que siente y resiste. En estas selvas donde el canto del río se entreteje con los rezos del monte, los cuerpos de los pueblos indígenas se forman en relación profunda con la tierra, el agua, el fuego, el viento y la comunidad.
Como lo han expresado pensadoras como Rita Segato o María Lugones, el cuerpo es el primer territorio, y en contextos de colonialismo y despojo, defender el cuerpo es también defender el territorio colectivo. En la selva, esta conexión no es una metáfora: es práctica cotidiana. El cuerpo que camina la chagra, que escucha a los abuelos, que baila en los rituales y que cura con plantas, es el mismo cuerpo que sostiene el tejido de la vida. La corporalidad se forma desde el primer juego, desde el primer dolor, desde el primer baño en el río.
Aprender con el cuerpo: una pedagogía situada
Los procesos formativos de los Guardias Indígenas Socioambientales no se imponen desde un currículo abstracto. Se construyen desde la experiencia vivida, desde el cuerpo que hace, siente, piensa y recuerda. Aquí se aprende haciendo, escuchando, sintiendo. Es una pedagogía situada, sensible y colectiva.
Inspirados por la práctica comunitaria, esta pedagogía reconoce que todo aprendizaje verdadero pasa por el cuerpo. Como lo señala Paulo Freire, no se trata de un cuerpo pasivo que memoriza, sino de un cuerpo activo que transforma. Y ese cuerpo que aprende es también un cuerpo en relación con otros: una red viva de afectos, acciones y cuidados.
En los encuentros formativos, facilitados por la Fundación Caminos de Identidad – FUCAI –, la selva es maestra, el tiempo es cíclico, y el aprendizaje es diálogo. Las palabras de los sabedores no se dan como verdades, sino como semillas que germinan en quienes escuchan con el corazón abierto. Los ejercicios de formación integran saberes propios y herramientas actuales: primeros auxilios, agroecología, comunicación para la defensa territorial, justicia propia, espiritualidad, entre otros. Pero todo está atravesado por una comprensión profunda del cuerpo como lugar de saber.
El cuerpo como mapa simbólico y político
El cuerpo que se forma en estos procesos es un cuerpo en forma de rombo. Un cuerpo completo, donde cada parte tiene una función y un sentido sagrado. Este símbolo representa la unidad entre lo espiritual, lo físico, lo organizativo y lo natural. Es una cartografía del ser.
La cabeza lleva el pensamiento ancestral, la lengua materna, la orientación espiritual. Es la parte que sueña y planifica, que recuerda a los ancestros y proyecta el cuidado futuro. Pensar con cabeza propia es también un acto de descolonización.
El corazón es el centro de la espiritualidad. Aquí se aloja la fuerza para resistir, la convicción de cuidar lo común, la sensibilidad para escuchar al otro. El corazón es el órgano político del cuerpo: el que siente el dolor de la tierra y responde con cuidado.
Las manos son las que construyen, siembran, defienden, acarician. Son manos que empuñan el bastón de mando, pero también que levantan casas, cocinan, curan. En cada acción, las manos expresan la ética del hacer colectivo.
El estómago representa la autonomía alimentaria. Aquí se piensa la soberanía desde lo cotidiano: cultivar sin agrotóxicos, cocinar lo propio, comer lo que se cosecha. El alimento no es sólo nutrición, es resistencia y cuidado del cuerpo y del territorio.
Los pies son los que conectan con la tierra. Caminan largas distancias, vigilan el territorio, sostienen el movimiento. Son los guardianes del andar colectivo.
En este mapa corporal, cada parte está orientada a una dimensión del Buen Vivir: la comunidad, la tierra, la organización y la vida. El cuerpo no está fragmentado, está tejido desde la integralidad.
Cuerpos que resisten, cuerpos que florecen
Esta comprensión del cuerpo no es abstracta: se vive en el día a día. Los Guardias Indígenas Socioambientales caminan para cuidar nacederos, hacen rondas para evitar la tala, acompañan a comunidades en momentos de amenaza. Pero también participan en rituales, en siembras colectivas, en círculos de palabra.
En cada gesto cotidiano —desde preparar una medicina con plantas hasta grabar un video con el celular para denunciar una afectación ambiental— el cuerpo actúa como sujeto político y pedagógico. Es un cuerpo que no solo obedece órdenes: interpreta, siente, se posiciona. Y, como dice el pensamiento ancestral, un cuerpo que no siente no puede cuidar.
En un contexto marcado por múltiples formas de violencia, el cuerpo de la resistencia se vuelve también un cuerpo que apuesta por la vida. Que no responde con armas, sino con presencia, con organización, con espiritualidad. Como señalan líderes indígenas de la región, “no somos cuerpo de guerra, somos cuerpo de cuidado”.
La experiencia como raíz del aprendizaje
Nada de esto sería posible sin una pedagogía que reconozca el valor de la experiencia. Las formaciones no se diseñan desde fuera. Se construyen desde lo vivido: desde lo que duele, lo que alegra, lo que moviliza. La experiencia, como sostiene Michel de Certeau, no es un simple relato del pasado, sino una práctica viva que organiza el presente y proyecta el futuro.
Por eso, cada historia contada por los abuelos, cada caminata bajo la lluvia, cada defensa del río, forma parte del proceso pedagógico. Son experiencias que moldean no solo el conocimiento, sino también el carácter, la identidad y el compromiso.
Cuidar el cuerpo, cuidar la vida
En tiempos donde la violencia contra los cuerpos y los territorios se normaliza, estos procesos formativos recuperan algo esencial: el cuidado. Cuidar la vida es cuidar el cuerpo. Y cuidar el cuerpo es también cuidar la espiritualidad, la alimentación, el descanso, la palabra, la organización.
Los Guardias Indígenas Socioambientales no se forman solo para defenderse, sino para sostener la vida. Son cuerpos en comunidad, cuerpos que recuerdan que el futuro no se impone, se siembra.