El fogón de Walashein
Por: Ruth Chaparro
En pleno corazón del desierto de la Alta Guajira, donde el sol levanta polvaredas de silencio y sabiduría, encendimos un fogón colectivo en la comunidad de Walashein, Manaure. Treinta mujeres y hombres de diversas rancherías llegaron con su palabra, su hambre buena y sus ganas de reencontrarse con el sabor de lo propio. Y con la complicidad luminosa de uno de los mejores chefs del país, Andrews Arrieta, nos metimos al alma de la cocina como quien entra a un santuario. Y allí en primera línea de la dignidad Libardo Pushaina, Luis José Redondo, Mailena, Israel y Fernando Sabogal el equipo versátil de Fucai que es capaz desde construir un aula, hacer peso y talla, establecer huertas, innovar y comercializar tejidos, escuchar a los niños. Allí ahora frente al fogón porque nada nos queda grande cuando descubrimos la voluntad y el compromiso profundo con la dignidad.
Aquí, donde el viento acaricia los hornos de barro y los niños andan riendo sin pedir permiso, retomamos el camino de la abundancia de lo invisible. Porque la autonomía comienza en la cocina y la felicidad en el estómago. Y lo que para algunos es pobreza, para otros es memoria, resistencia y riqueza de siglos.
Hicimos arepas compuestas con anís y risas, y arroz con pollo pero a lo guajiro: con lentejas y grasa de gallina, sin pedirle permiso al aceite. Sacamos esa grasa como enseñaban las abuelas, con paciencia y cuchara. Salieron empanadas de arroz rellenas de salpicón de chucho y cachua, bollos de masa rellenos de lentejas y hasta guisos rayados, porque el cuchillo pica pero el rallador enamora.
Nos reímos todo el día. Nos enseñaron el yajaushi, nos convidaron chivo, y preparamos tacachos de plátano como si estuviéramos inventando la esperanza. Con fogones propios y saberes ancestrales, cocinamos sin reloj y sin receta, partiendo de lo que hay y celebrando lo que se tiene.
Aquí, en Walashein, donde la tierra parece dura pero el corazón es blando, se está gestando algo más que comida. Se está sembrando la certeza de que un pueblo milenario como el Wayuu no ha olvidado el camino de su fuerza ni el sabor de su dignidad.
Ayer cocinamos, sí. Pero también tejimos comunidad. Y eso, como diría cualquier abuela sabia, alimenta más que el arroz con pollo. Este preámbulo da paso a nuestro segundo día de identidad y sabor.