Río de los niños del mundo que cruzan la libertad

Por Oriana Ramirez

oriana.ramirez@fucaicolombia.org

Un río, símbolo de la infancia, conecta a niños de distintos lugares llevando sus juegos y sueños como mensajes de esperanza. A través de barquitos de papel, une mundos distintos con una misma verdad: donde hay un niño, siempre nace un río.

Nazco de una fuente humilde, en el patio de una casa donde las madres riegan menta, donde las palmas dan sombra y los niños se esconden en los huecos de las tapias. Soy apenas un arroyo, un hilo claro que serpentea entre las huertas de tomates y olivos.

Las manos pequeñas me siguen. Me saltan, me pisan, me nombran con nombres secretos.
—“¡Mira! ¡El río duerme!” —dice uno, al verme calmo.
—“No, está soñando” —corrige otro.

Y yo sueño, sí. Con seguir. Con crecer. Con tocar el mar algún día.

Viene desde los campos, pasa por debajo de la casa vieja del tío Yusuf, y cuando llueve mucho, crece como si estuviera contento.
Nosotros jugamos a cruzarlo sin mojarnos.
A veces sí nos mojamos.
Y mi hermana grita:
—¡Mamá, Samir se cayó otra vez!

El río se ríe conmigo. Lo juro. Hace ruiditos cuando pasa por las piedras, como si se riera bajito.

Un día hice un barquito. Solo uno. Lo recorté de una libreta que ya no servía para la escuela, porque la escuela está cerrada muchos días.
Le puse una bandera.
La dibujé yo. No es de ningún país, es solo una estrella y un corazón.
Me gustaría irme con el río.
Pero no para escapar, no.
Sino para llevarle nuestros juegos a otros niños.
Para contarles que aquí también sabemos reír.
Que no todo es miedo.
Que a veces, cuando nadie nos ve, jugamos a escondernos entre los limones. Que al salir de la escuela corremos a sus brazos a tirarnos agua y ver qué piedra llega más lejos. A veces en las tardes me gusta acostarme con los pies dentro del agua y quedarme en silencio, creo que el río me está contando historias. Historias de otros como yo. Niños que ríen. Niños que esperan. Niños que sueñan sin cerrar los ojos.

Ellos creen que me protegen, pero soy yo quien los protege.
Bebo su inocencia, la guardo en mi cauce. Me hago espejo para sus juegos, me doblo para sus puentes de madera. Me río con ellos.

En la selva
Aquí todo es juego.
Las ramas me abrazan, los monos me saludan, los peces me siguen. Las aves vuelan sobre mi casi casi haciendo una competencia por quién corre más rápido. Los niños corren por las orillas, se lanzan de cuerdas atadas a los árboles.
No me tienen miedo.
Me conocen.
Aunque no sepan de Gaza, ni del Nilo, ni del mar, me reconocen.
Saben que traigo algo sagrado.
Uno de ellos me coloca una flor sobre la superficie.
—“Para tu viaje,” —dice.

Otro me enseña a silbar entre las piedras.
Otro más me lanza hojas para que floten como barcos.
Y entonces, los juegos vuelven.
Barquitos.
Dibujos en la arena.
Guardián de papel.

La eternidad del juego
No tengo fin.
Porque donde hay un niño jugando, hay un río naciendo.
Donde hay una piedra lanzada con alegría, estoy yo.
Donde un niño sueña con peces, con lunas, con barcos de papel…
ahí estoy.

No importa si cruzo guerras, mares o selvas.
Soy el mismo.
Y ellos, los niños,
son mi causa,
mi destino.

Fotografía tomada de: The Nenagh Guardian, El arte de niños palestinos que viven en Gaza estará en exhibición en el Centro de Artes de Nenagh del 21 de febrero al 1 de marzo de 2025.

Vicente se sienta a la orilla. No tiene más de ocho años. Sus pies chapotean en el agua clara. Lleva las manos manchadas de barro y alegría. Mientras el agua acariciaba sus pequeños pies y los pececitos le mordían los dedos, Vicente estaba esperando que su papá y el río lo llevaran a la escuela como cada mañana. Se acerca y mira al río y le dice:

-¡Hola amigo!, ya casi no corres tan rápido ni subes hasta mi casa. Te voy a extrañar y todas tus historias. Espero que vuelvas pronto y me traigas nuevas historias y canciones.

En la selva se cree que los ríos son más viejos que las montañas, pero más suaves. Como los abrazos que uno ya no se acuerda, pero el cuerpo sí. Que el río no es solo el que pasa por su casa sino el que ha pasado por otras tierras y otros mundos. Que conoció otros niños. Que los guarda.

Vicente se levanta. Se sacude el barro con las manos. Sonríe como quien sabe cosas que no se dicen. Se va corriendo con su papá, gritando, chapoteando. Y yo lo sigo. La mañana siguiente Vicente me espera en la mañana para que lo salude con cosquillas en los pies, hoy le llevo un regalo. El Barquito Estrella que me enviaron desde la tierra que no es libre.

 

Viajé por ríos subterráneos, por mares inmensos. A veces casi me deshago, pero el corazón dibujado en mi vela me mantuvo unido.
Ahora estoy aquí, en el Amazonas.
Y he traído el saludo y el mensaje que su dueño diseñó con mucho cuidado.

Llegado a la selva el juego continúa, Vicente entusiasmado recoge el barquito y sonriendo le dice al río: -¿Es de tus otros mundos? Esa tarde, los niños del pueblo hicieron sus propios barquitos.
Uno dibujó un pez con alas. Otro escribió su nombre y su sueño.
Uno dibujó una casa sobre el agua, con árboles creciendo en el techo.
Los soltaron conmigo para llevar los mensajes a los otros mundos.


Que Gaza también juega.
Que hay niños que sueñan aún cuando el cielo tiembla.
Que incluso en la guerra, hay manos que crean barcos con corazones.

Si alguna vez encuentras un barquito solitario flotando en un río…
no lo ignores.
Léelo con los ojos del alma.
Puede que venga de lejos.
Puede que traiga el juego de un niño que no conoces.
Porque los juegos, cuando son verdaderos, no se hunden.
Solo cambian de orilla.

Soy infancia descalza.
Solo puedo seguir.

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