Manos que tejen futuro: nueve años de creación colectiva
Por Segio Martínez
sergio.martinez@fucaicolombia.org
Todo comenzó el 15 de enero de 2016, cuando la brisa del nordeste soplaba sobre el desierto de Manaure con la misma fuerza que hoy. La invitación de Ruth Chaparro fue precisa y luminosa: “Miremos lo que ya existe, no lo que falta”. Con esa frase, el proyecto de tejido de la Fundación Caminos de Identidad, FUCAI, encontró su brújula. No se trataba de llegar con soluciones importadas, sino de reconocer los saberes que ya habitaban en cada hilo.
Desde aquel primer momento comprendimos que el tejido wayuu era mucho más que una artesanía. Era una economía, una memoria y una forma de resistencia. La investigación que realizamos ese primer año reveló varios hallazgos decisivos: primero, que existían diferentes niveles de calidad entre casi todas las tejedoras; segundo, que el mercado objetivo no pagaba lo suficiente para compensar el tiempo invertido en cada mochila; tercero, que debíamos encontrar maneras de generar un diálogo real con las diseñadoras; y cuarto, que se necesitaban espacios públicos para visibilizar el talento y los productos de las tejedoras. Todo lo que hemos hecho desde entonces ha buscado responder a estos hallazgos.
Esta experiencia nos dejó una enseñanza central: la investigación solo tiene sentido si se traduce en acción. Medir, diagnosticar y analizar son pasos necesarios, pero incompletos. Su verdadero valor surge cuando se convierten en cambios concretos que mejoran la vida de las personas. Investigar sin aplicar sería como tejer sin anudar: un conocimiento que se deshace con el viento.
Así lo hicimos. FUCAI acompañó a las tejedoras para que definieran sus propios estándares de calidad, evitando normas impuestas desde afuera. Creamos puentes de diálogo entre diseñadoras y artesanas, y promovimos espacios como el Tawala Wayuu Fest, en donde el pueblo Wayuu llegó al Parque de la 93 en Bogotá para mostrarnos, con orgullo, que la diversidad es fuerza. También entendimos que era necesario trabajar con ellas en las finanzas personales y familiares, para que cada ingreso se transformara en mejores decisiones al interior de los hogares.
Todo este proceso —la investigación, la definición de calidad propia, el diálogo creativo, la visibilidad pública y el fortalecimiento financiero— dio su fruto más visible: los ingresos de las tejedoras aumentaron de manera significativa, hasta el punto en que el noventa y cuatro por ciento de ellas gana más que sus maridos.
Los efectos de este proceso han trascendido el ámbito económico. Se han extendido a otros programas de FUCAI, como los de nutrición y acompañamiento a niños, donde las mujeres se aconsejan y se apoyan mutuamente para garantizar que los más pequeños reciban atención en salud y alimentación. El tejido se convirtió, así, en una red de cuidado y en un motor de cambio colectivo.
Aún tenemos muchos desafíos por delante: abrir más mercados, fortalecer más a las nuevas generaciones y seguir protegiendo el patrimonio cultural. Pero cuando miramos el camino recorrido, comprendemos que cada paso ha valido la pena. Porque el tejido, desde aquel 15 de enero de 2016, nos enseñó que el verdadero desarrollo no parte de lo que falta, sino de lo que hay: las manos sabias, los hilos infinitos y la cultura que, hebra por hebra, nunca dejó de tejer su propio destino.
Y ahora, con nueve años de aprendizaje, queremos ampliar este trabajo a artesanos de la Amazonia y de la Orinoquia, en donde podemos articular nuestros esfuerzos de reforestación y de restauración del bosque para producir las materias primas necesarias para la producción de artesanías.
