El monstruo que puede matarte de mil maneras
Por Segio Martínez
sergio.martinez@fucaicolombia.org
Si viste Anaconda en los noventa, quizá recuerdes a Paul Serone, con su acento imposible, diciendo: “This river can kill you in a thousand ways”. Frente a él, Jennifer Lopez lo miraba con esa mezcla de incredulidad y miedo que el guion pedía, mientras una serpiente de goma se preparaba para el gran salto. Hollywood exageró casi todo, menos el tamaño del Amazonas. Ese río no cabe en un solo plano: se necesita toda una geografía para contar su historia.
Pero la realidad de hoy no es de película de terror con monstruo animatrónico. El monstruo es invisible, y se llama sequía. En 2024, el río Negro —uno de los grandes afluentes— bajó tanto que dejó barcos encallados como ballenas varadas en un mar que se secó por capricho. Lo que antes eran rutas líquidas se convirtieron en avenidas de barro agrietado.
La sequía vino acompañada de su cómplice más antiguo: el fuego. El año pasado, los incendios arrasaron en Brasil una superficie mayor que Italia entera. Y no eran focos aislados: eran manchas rojas avanzando como si la selva se hubiera convertido en pólvora vegetal.
El golpe humano fue inmediato. Más de 420 000 niños quedaron aislados sin escuela, sin atención médica, sin agua potable. Comunidades indígenas que siempre supieron leer el calendario en el caudal del río ahora lo miden por la llegada de un bidón.
Pero el problema no se queda en la selva. Si el Amazonas deja de funcionar como la fábrica de nubes más grande del planeta, Bogotá y otras ciudades andinas sentirán el golpe. La humedad que nace en la selva viaja por los “ríos voladores” de la atmósfera, choca con la cordillera y se convierte en lluvia que alimenta páramos, represas y cultivos. Sin ese aporte, el agua en nuestras ciudades se vuelve más escasa y más cara. Ya pasó en 1998, cuando El Niño secó represas y forzó racionamientos eléctricos y de agua en varias capitales latinoamericanas. Y podría volver a pasar.
En los mapas invisibles de los climatólogos, la amenaza tiene nombre: si la gran cinta oceánica del Atlántico se ralentiza, la lluvia en partes del Amazonas podría caer hasta un 40 %. Menos selva, menos humedad, menos agua para todos. Es un efecto dominó climático que empieza con un árbol seco y termina con un grifo vacío en el séptimo piso de Chapinero.
La selva, como siempre, intenta adaptarse. Algunos árboles aprenden a vivir con menos agua, reorganizan su sistema hidráulico, sobreviven. Pero esa no es victoria, es supervivencia mínima.
Y este año, la sequía ya muestra sus dientes. No sabemos aún cuáles pueden ser los efectos sobre quienes habitan la Amazonía ni sobre quienes viven en las ciudades de los Andes. Lo que sí sabemos es que esta historia apenas empieza. Por eso, en una serie de artículos, les iremos contando algunos de los efectos que nuestro equipo de trabajo está viendo en la zona. Puede que al final descubramos que el verdadero monstruo no es de goma… es la incapacidad de nuestros gobiernos para frenar esta destrucción. Y que, si algún día se lleva al cine, genere más terror que cualquier monstruo de goma que Jennifer Lopez haya enfrentado en la pantalla.