Tras el bastón de mando: autoridades ambientales.

Por: Oriana Ramirez

oriana.ramirez@fucaicolombia.org

“Guardar, cuidar, defender, preservar, pervivir, soñar los propios sueños, oír las propias voces, reír las propias risas, cantar los propios cantos, llorar las propias lágrimas.”

Estas palabras resumen la esencia de la Guardia Indígena: protectora del territorio, de la vida y del pensamiento ancestral. Su consolidación representa la resistencia milenaria de los pueblos indígenas, quienes han creado una forma de organización colectiva no violenta que fortalece la autonomía, protege el territorio y defiende sus tradiciones, culturas y comunidades.

La Guardia Indígena está conformada por hombres, mujeres, jóvenes, niños, niñas y personas mayores. La participación intergeneracional permite que el legado de resistencia, cuidado y sabiduría se transmita y se sostenga en el tiempo. Su lucha no es desde la violencia, sino desde la fuerza espiritual, física y organizativa. Se preparan ideológicamente para enfrentar amenazas y desafíos que afectan sus territorios, y físicamente fortalecen sus cuerpos mediante entrenamientos constantes.

Su símbolo más representativo es el bastón de mando, elaborado a partir de árbol de chonta o de palo Brasil en el caso del amazonas y algunos de cedro. Este bastón, tallado y adornado con cintas de colores —verde por la naturaleza, rojo por la sangre ancestral, azul por el agua, negro por la tierra— representa el mandato de autoridad y el compromiso con su pueblo. Sin embargo, estos colores pueden variar de acuerdo con la cosmovisión de cada comunidad, incorporando tejidos o cintas adicionales que reflejan sus luchas, historias y sueños.

Organizativamente, la Guardia participa activamente en mingas, asambleas comunitarias, recorridos territoriales, ejercicios físicos y espacios de reflexión colectiva. Su fuerza radica en la participación y en la organización comunitaria.

A lo largo de la historia, la Guardia Indígena ha transformado su accionar, adaptándose a los contextos sin abandonar sus raíces. Han recuperado territorios, defendido derechos y desarrollado labores humanitarias: búsqueda de desaparecidos, liberación de secuestrados y detenidos, atención de heridos, acompañamiento a autoridades indígenas, movilizaciones, presión política, y la protección de sitios sagrados y naturales.

Su lucha no se limita al territorio físico. Ha sido también una batalla constante por el reconocimiento y la autonomía de sus comunidades. Por eso, el 15 de octubre de 2024, el gobierno colombiano reconoció formalmente su labor a través del Decreto 1275 de 2024, “por el cual se establecen las normas requeridas para el funcionamiento de los territorios indígenas en materia ambiental y su coordinación efectiva con las demás autoridades y/o entidades”.

Este decreto les otorga mayor autonomía en la gestión ambiental, reconociendo a las autoridades indígenas como actores legítimos dentro del Sistema Nacional Ambiental (SINA). Les permite formular, adoptar y ejecutar acciones de protección territorial desde su propia visión, coordinando con las entidades estatales, pero manteniendo su autonomía organizativa.

El decreto parte de principios fundamentales que protegen los derechos territoriales, ambientales y económicos de los pueblos indígenas. Reconoce el territorio no solo como un espacio físico, sino como un lugar sagrado, espiritual y ancestral. Se integran valores como la cosmovisión, la espiritualidad, la soberanía, la autodeterminación y la armonía con las leyes naturales.

Destacamos especialmente la Ley Natural, la Ley de Origen, el Derecho Mayor y el Derecho Propio de los pueblos indígenas. Estas leyes son el fundamento de su existencia y gobierno, y todo marco normativo sobre sus territorios debe orientarse a proteger la armonía y el equilibrio natural.

Ahora bien, es importante aclarar que este decreto no les “otorga” funciones que no tuvieran antes. Más que una concesión, es un aval legal a una labor que los pueblos indígenas han desarrollado históricamente. Es vital que el Estado no pretenda dictarles qué hacer, sino que se acerque, escuche y apoye lo que por generaciones han construido en sus territorios.

La apropiación del territorio no se limita a permitir o no el ingreso. Es vigilar, cuidar y proteger contra la minería ilegal, la deforestación, las quemas o las emboscadas. Cuidar el territorio es mantener una relación simbólica y recíproca con la tierra: darle vida y recibirla, continuar con el ciclo natural que sustenta a los pueblos.

Como lo expresan en sus asambleas:

“Todos somos Guardia. Ser Guardia Indígena es cultivar la tierra, producir el alimento, cuidar las aguas, defender el territorio, el gobierno propio, la cultura; es hacer la Minga, practicar la solidaridad, defender la vida... Ser Guerreros del espíritu.”

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